Carajo...
Justo cuando menos ganas tenía de escribir, pasa lo inexplicable: el universo conspira y de alguna forma me embarra mi misión en la cabeza. Bueno no tanto así pero es que el episodio de ayer fue algo cagado, y simplemente relevante para el tema en cuestión.
Resulta que ya había medio decidido algo que (yo pensaba) resultaría interesante como tema de reflexión, y en otro párrafo escrito en otro lugar completamente diferente, Rodrigo decidió (con esa desidia de la buena, con 'C') ir a de una vez por todas afiliarse a aquel club de cinéfilos (?) de la universidad siguiendo aquellas señales divinas (y académicas) que le impidieron ir a Sydney el fin de semana. La peli en cuestión: The king of Kong, que si les pasa como a mí la primera vez, bien puede confundirse con la película del gorilón. Pero no, esta trata de otra cosa. Es un documental sobre la lucha por el récord mundial de Donkey Kong, aquel viejo juego de maquinitas, y ofrece por cierto momentos muy chuscos, una buena opción si se la encuentran por ahí alguna vez. Pero como esto no es un maldito blog de reseñas cinematográficas (ni yo pretendo ser crítico aunque sí critico), iré al grano (por fin!).
Organizan un torneo para despejar las dudas sobre quién es el mero mero. Ohhh sorpresa, el dueño original del récord (que duró algo así como 22 años) ni se aparece, simplemente se limita a enviar un muy dudoso video en el que sale rompiendo la recién impusta nueva marca. Para no hacer el cuento largo, se la pasa hablando y hablando, pero nunca lo vemos jugando, a pesar de que su contendiente rompió el récord jugando públicamente. Obviamente, como es un documental gringo, al final el cobarde se la pela en todos los sentidos y se tiene que conformar con su esposa redneck con bubis operadas (un premio de consolación nada malo para un guey de esa calaña, supongo).
También estuve pensando en aquella ridícula clase retratada en Donnie Darko (quien haya visto la peli no necesita explicación, pero para los que no...), donde una maestra de lo más asquerosamente retrógrada y apretada expone que todas nuestras acciones están basadas en la "línea de la vida", donde en un extremo se encuentra el Miedo y en el otro el Amor, supuestamente las 2 emociones más intensas que el ser humano es capaz de experimentar.
Del estilo de esas mamadas como las religiones ochenteras del new age, pero como todo, siempre hay pendejos para todo. Hasta para las religiones no-ochenteras (que como los malos vinos, se van haciendo más y más asquerosas con el paso del tiempo).
En fin, todo se remonta a que la semana pasada salió a colación el hecho de que una buena parte de nuestras acciones (refiriéndose al entorno laboral) son definidas por el miedo: miedo a que nos regañen, miedo a que nos descuenten lana, miedo a que nos evalúen mal, miedo a ser responsables de algo, et cétera. Y súbitamente: ¿y en los demás aspectos? Y tristemente coincidió con que el día anterior fui de atascado a comprar tic-tac de naranja, ahora me doy cuenta, no miedoso, sino aterrado, por si llegaba y otro güey (aún más atascado que yo) se las había acabado todas. Sí, todo tiene explicación.

Bueno, no, lo de las tic-tac no, la neta es una fijación como cualquier otra y una vez más, qué miedo probar las de mango porque seguro de ahí ya no salgo.
Pero y de lo demás? Si se pone uno a pensar, no sólo es el ex-plusmarquista de donkey kong escondiéndose por miedo a que le derrumbaran el castillo que su ego y su gloria le construyeron, somos todos dejando de hacer cosas o haciéndolas con tal de evitar confrontaciones con los demás y sobre todo con nosotros mismos que potencialmente nos pueden herir. Miedo a que el dios regañón me chingue aunque lo tenga más que merecido; miedo a conocer gente nueva (mejor los menosprecio y los estereotipo); miedo a no cumplir con las expectativas de los demás; miedo a que los demás me rechacen porque ellos tienen aún más miedo que yo; miedo a hacerse viejo; miedo a perder la corona en la copa Krilin (mejor no me presento y me quedo cheleando en el centro); miedo a terminar el libro porque quizás no me guste el final; miedo a no saber latín; miedo a aceptar que soy un miedoso...
Ya no sé qué más decir. Qué miedo...
1 comentario:
Como diría el changuito de Coyoacan que lee la mano: ¡no le saque!
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