viernes, 3 de agosto de 2012

Pare de sufrir

...y así, sin más, terminó la relación más bizarra y surreal de mi vida.

Sin dramas, sin mentadas, todo bastante civilizado. Pero sobre todo, sin emoción. Y eso, en mi opinión, es lo más impresionante. Su incapacidad de sentir, de conectarse con otros, de experimentar empatía. Sin duda, recordaré a Alex McK por las razones equivocadas. Eso sí, estoy seguro que, con los recuerdos, habrá también muchas carcajadas.
Derramé ya mis tres lágrimas, porque aunque ella no, yo sí soy una persona afectiva. Se sintió bien, y todo esto adquiere ahora un tono un tanto anecdótico.
Y para que no se me olvide, ahora que sigue fresco procederé a ennumerar algunas de las particularidades de mi querida Alex:

  • Nunca, ni una sola vez, emitió un cumplido hacia mi persona. Y digo, no es que sea el señor dechado de virtud, pero es algo básico. Eso sí, no le quedó de otra más que aceptar (a regañadientes) que mis platillos (la lasaña en particular) son de otro planeta.
  • Después de haber salido unas 3 ó 4 veces (y esto incluye ir al cine), no le pasaba por la cabeza que mis intenciones iban más allá de la amistad. Su hermana tuvo que decirle.
  • Declinó mi invitación para ir a presenciar un recital internacional de piezas de Chopin (!).
  • ¿Su único regalo hacia mí? Un perro de peluche comprado en Target. No quiero mencionar los que yo le di a ella, pero estoy seguro de que puse bastante más esfuerzo y buen gusto que eso.
  • No toma alcohol, a pesar de que su papá siembra uvas para vino. Tampoco toma café, refresco, no tolera la comida picante, no le gustan los mariscos, y por supuesto no tiene vicios. Su única debilidad conocida es el chocolate. 
  • Detesta las demostraciones públicas de afecto. Llegó incluso a molestarse porque en una ocasión hacía frío e insistí en que usara mi chamarra. Yo sólo traía una camiseta debajo y casi me enfermé al día siguiente. Ella, por supuesto, ni las gracias me dio.
  • A pesar de que el inglés no es mi lengua materna, ella hacía notar cada vez que cometía un error gramatical en los mensajes de texto. Esto incluye la omisión de espacios después de comas, errores obvios de dedo y otras cosas que el noventa y nueve punto nueve por ciento de la gente ni notaría ni se molestaría en indicar. Ella también cometió algunos, pero cada vez que yo se los señalaba, no le hacía ninguna gracia.
  • Durante el año y medio en que nos conocimos, de los cuales unos nueve fueron saliendo y cuatro 'oficiales', nunca hablamos por teléfono. Jamás. Todo fue por texto. Intercambiamos un par de e-mails, y ella insinuó que si le hubiera mandado alguno durante navidad para expresarle mis buenos deseos, lo hubiera percibido como desesperado y needy.
  • Su interés en la música es prácticamente nulo.
  • Sorprendentemente, tenía una noción bastante amplia del cine. Después de ir a una proyección al aire libre de Taxi Driver, me dio una lección de cinematografía. Curiosamente, odia las comedias románticas y demás, pero le encantan las de acción, sangre y explosiones. ¡Vimos la trilogía del Transportador! No todo es negativo, después de todo.
  • No apreció mis sábanas de 500 hilos. Es más, sostiene que no encuentra ninguna diferencia entre ellas y las suyas de poliéster. Y duerme, por lo general, boca arriba, inmóvil. Nada de hacerse taco.
  • Viene de una familia donde el contacto físico es nulo. Nada de besos o abrazos, ni en cumpleaños, ni en navidad, ocasiones especiales, nada.
  • Desde el primer día me dijo que ella no quiere tener hijos ni casarse. Para ser justos, sus papás están divorciados, pero aún así, nunca había conocido a alguien con tanto cinismo con apenas veintitrés años de edad.
  • ¿La causa de la ruptura? La invité a un festival (Harvest) en noviembre. Lo tomó como una señal de que yo me veía con ella hasta noviembre, lo cual implicaba un compromiso innecesario, formalizar demasiado. Eso la asustó. En pocas palabras, Sigur Rós la asustó.
A partir de hoy, entiendo a quienes hablan del abuso emocional. Eso es lo que yo experimenté, y a pesar de que nunca fue nada con lo que no pudiera lidiar, confieso que una dosis de normalidad me vendrá muy bien.

lunes, 18 de junio de 2012

Cobijando al consumismo

Mmmmta, estaba pensando en este gran pasatiempo que solía tener en mis épocas de veintitantiañero, el escribir, y decidí darme una vueltecilla por estos polvorientos rumbos. Caray, cómo pasa el tiempo, y es que me doy cuenta de que ha pasado más de un año desde que escribí por última vez; y es que tengo un maldito hábito de procrastinar y dejar cosas para después que para qué les cuento...
Por supuesto, muchas cosas cosas han acontecido desde marzo del 2011, un viajecillo al Medio Oriente del cual me encantaría que hubiera más documentación -porque qué bueno estuvo-, otra ida a México -los dos meses que más me han hecho dudar sobre si realmente quiero quedarme en Australia-, una novia australiana, la aplicación para la residencia permanente y, por supuesto, la adquisición de mi cobija de lana islandesa. Y es justamente de este último tema tan mundano del que tengo ganas de escribir en estos momentos antes de caer en los brazos de Morfeo. 

Dicha cobija, por la que pagué la ridícula cantidad de USD $280 (lo que al tipo de cambio actual equivale a unos 4000 pesos mexicanos), es supongo, mi último capricho (prefiero ignorar el Galaxy Nexus que compré la semana pasada pues fue más una necesidad, en vista de que mi actual teléfono me saca de quicio por completo). ¿Cómo es posible que alguien pague tanto por una puta cobija? -muchos se preguntarán. Pues la verdad es que, a ciencia cierta, yo también me lo pregunto. Supongo que fue la combinación de varios factores:

Primero: la cobija formó parte del lanzamiento del nuevo disco de Sigur Rós, Valtari, el cual me tuvo en suspenso por cosa de un mes. Todo por culpa de un DVD absolutamente cautivador llamado Heima (que en islandés significa casa) que reavivó mi fanatismo por el grupo). 

Segundo: se trataba de una edición limitadísima, la segunda para ser exactos, consistente de sólo 300 ejemplares para todo el mundo. Cuando por casualidad entré al sitio y vi que todavía quedaban disponibles, no me pude resistir. Ah, cómo joden los principios económicos (¿o mercadotécnicos?): los bienes escasos vaya que son más codiciados.

Tercero: soy un necio, y al parecer nada aprendí de aquella vez cuando Depeche Mode fue a México (2004-2005, no recuerdo con exactitud) por primera vez en más de una década; como era de esperarse, los boletos volaban y era ridículamente difícil acceder al sistema de ventas por teléfono de ticketmaster. Como en ese entonces yo trabajaba en gnp, tenía un teléfono con altavoz y marcado rápido con el que podía marcar y marcar y marcar hasta que entrara la llamada. Me tomó cosa de 2-3 horas, pero al final, la maldita llamada entró, y ¿qué hace el atascado? Pues obviamente comprar el máximo de boletos permitidos, o sea 8. Los podría colocar sin problemas, pensé. Y con razón, pues de inmediato mis colegas de ese entonces me pidieron algunos, lo que me dejó con unos 4 por colocar. De inmediato algunas personas los anunciaron en internet, con precios disparándose a más del triple del precio original (según recuerdo costaron alrededor de $600 y ya los vendían en más de $2000!). Yo por supuesto, cegado por la avaricia, decidí esperar más para que el precio siguiera subiendo. Por qué, lo ignoro, pues hasta ese entonces mi interés en volverme revendedor de boletos era tan cuantioso como el de enrolarme en un seminario para volverme pederasta con sotana. En fin, para no hacer el cuento (aún más) largo, al poco tiempo anunciaron una nueva fecha, aún mejor (en sábado en vez de viernes) y yo me quedé con las ganas de que me salieran mis boletos gratis. Muy al contrario, mis amigos fueron los ganones, pues terminé regalándoselos con tal de que no se desperdiciaran por completo, lo cual no impidió que me quedara con uno o dos sin utilizar...
Pues bueno, todo esto por lo de la mentada cobija, pues pensé que, en caso de que me arrepintiera por pagar tanto por ella, siempre la podría vender y obtener una buena ganancia, no? Al fin y al cabo, en estos tiempos de ebay, y con una edición tan limitada (600 en total), se me antoja difícil que no haya por ahí alguien interesado.

Cuarto: la cobija está realmente chingona!



...el único problema es que, como son hechas a mano en una comunidad muy pequeña, no la tendré hasta noviembre de este año!

Al menos tendré tiempo para decidir si efectivamente vale lo que pagué por ella...

Toda esta disertación me ha dejado agotado. Será mejor irme a dormir, arropado en el exquisito edredón de plumón de pato que compré hace un par de semanas...

Y no, ese tampoco fue capricho. El frío invernal en Canberra es un asco.