viernes, 27 de febrero de 2015

La naturaleza (humana)

Extraño comenzar así a escribir en otro medio pero supongo que es mejor que nada.
Sólo han sido 10 días, pero ha sido un viaje intenso en Tailandia. Desde nuestra llegada a Krabi, conocimos a un portugués, João, que muy para su desgracia suena como argentino (por la novia). Unas horas después, conocíamos a Aníbal, el único otro mexicano que hemos visto por acá y que, curiosamente, gusta de masajear bancas cuando se encuentra bajo los efectos del -ejem- tabaco.
Siguieron días intensos de fiesta en Ko Phi Phi (Kimberly de Escocia y su acento asesino) y unas boludas argentinas que pese a sus espectaculares atributos hablaban inevitablemente puras boludeces.
Agotados y con la cuota de desmadre cubierta por al menos un mes (en cualquier otro contexto) salimos -escapamos, más bien -para Ko Lanta, buscando redención y playa.

Poco nos duró la ilusión pues en cuanto llegamos al hostal conocimos al siempre jovial Philip (berlinés, 27) el cual nos reintrodujo al camino de la perdición.
La primera noche significo también el reencuentro con Lieke, la holandesa angelical que habíamos conocido una semana atrás en Penang. Desafortunadamente, siendo este su primer viaje en solitario, gustaba de rodearse de cuanto viajeros sea posible (y para acabarla de chingar, puro tornillo) lo cual fue francamente anticlimático.
Así también lo fue mi primera experiencia con mi propio scooter, con el que me di de cenar en apenas 5 minutos (consejo para novatos: dejar de acelerar suele ser efectivo cuando está uno intentando frenar y no darse en la madre).

Ni pedo, así es esto. Con el orgullo mallugado y codo y rodilla sanguinolentos, dimos el rol por un par de días en la isla, comiendo cosas deliciosas en un mercadito (exquisita salsa verde tailandesa incluída). De regreso esa noche, haciendo escala en el Mungo Bar, sede de la half moon party a la que acertadamente decidimos no acudir la noche anterior, cocimos a unos güeyes suecos, buena onda pero que cómicamente  ignoraban por qué la gente los creía putos. ¿Serían acaso sus playeras sin mangas coordinadas y su apariencia súper sofisticada? Quizás.
Ese día no enfiestamos gracias a una increíble hueva post-cena. No pasa nada -pensamos- mañana es San Valentín.

Al día siguiente volvimos por más paseo en la isla. Ya para ese entonces mi conducción había mejorado notablemente así que lo disfruté bastante. Día de playa, estudiantes de intercambio, un güey igualito a Jesucristo y un viejo de Montreal que no nos cayó mal, aunque luego se volvió incómodo cuando nos dimos cuenta de que iba acompañado por un cambodiano de unos 20 años.

Esa tarde mi vida cambió pues probé el Laab, el platillo más delicioso que he probado en mis dos visitas a este hermoso país de exquisita comida.

Por la noche, como preparativo para la gran fiesta que se avecinaba, conseguimos un aventón al mercado del pueblo. Sung, un tipazo del hostal se detuvo al vernos en la calle. Más comida, una especie de pez de concha redonda con hueva que parecía paella, brochetas al carbón pero tristemente sin rastro de mi amada salsa verde sobre rollos primavera del día anterior.
También hubo juegos de destreza, de esos que uno ya sólo ve en las ferias de pueblo: tronar globos con dardos, tumbar latas con una resortera, y demás madres truculentas. El mejor juego, y que desgracia /afortunadamente no existe en México, sin duda, tirar una pelota a un blanco para tirar a un ladyboy al agua...

Para la noche salimos a guerrerear -ahem, enfiestar- en compañía del señor-vengo-de-intenso-voy-a-conocer-a-todo-quien-se-me-ponga-enfrente, Philip.
Para ese entonces, el cabrón ya había hablado con unas quince personas para sondear el interés de los huéspedes del Metallic (gran hostal, 5 europeas en nuestro cuarto cada noche y un área común en el segundo piso que incitaba al pecado). Por desgracia (más bien por fortuna, como se habría de demostrar horas después), todos estaban de huevones así que sólo fuimos mandamos una representación de cuatro (Thao, 20, alemana de ascendencia vietnamita) al campo de batalla.

Fue una de esas noches en el que hay buenos presagios por doquier: el mejor de todos, comprar una cervezota en la tienda por 55 bhats y poderla ir tomando en la calle a gusto.
Después de un par de cuasi-caguamas Chang, terminamos inevitablemente en la playa, no sin antes pasar por un lugar de música en vivo con unos hippies que, aunque desafinado, por lo menos tuvieron la decencia de tocar Have you ever seen the rain.
La fiesta estuvo de antología pero presiento que es hora de dormir pues en estas cabañas flotantes en Khao Sok cortan la electricidad a las 11.30 pm. Pero no hay cuidado. Volveré muy pronto.