domingo, 22 de marzo de 2009

Fire on the hemisphere below!

Una de las ventajas de vivir en un país lejano es poder comparar las cosas que se ofrecen de este lado del ecuador. Y uno, como buen mexicano, tiende a perder rápidamente la perspectiva y la objetividad. Al menos en mi caso así sucedió, cuando al poco tiempo de mudarme empecé a idealizar la vida en México; claro, uno ahí se mueve con toda facilidad, conoce atajos para "escapar" del tráfico, tiene a su familia y amigos, habla el idioma y un largo etcétera. Bajo esa luz, incluso, uno jura y perjura que los mexicanos somos mucho más amigables y cariñosos, que estos cabrones ni aprecian la amistad porque si intentas abrazarlos sin que sea su cumpleaños se sacan de pedo... y aunque algo de eso sí es cierto, tampoco es para tanto. Ahora que estuve de vuelta por unas merecidísimas vacaciones, me di cuenta de que si uno llegara de otro país, sin conocer a nadie, tampoco es que en la calle te llenen de besos y abrazos. Más bien la gente es arisca y desconfiada, en ocasiones hasta hostil, y lo que tienen de cálidos usualmente lo guardan para los suyos.

En fin, todo este larguísimo prólogo está inspirado en algo que viví hace una semana, y que me dejó una grata impresión.

Resulta que todo mundo andaba alborotado por un cierto evento llamado Skyfire, que según lo poco que supe estaba organizado por una estación de radio, que consistía simplemente en fuegos artificiales cerca del lago Burley Griffin (el tipo que diseño Canberra), y que este año tendría como temática el número 21.

La verdad, después de tener la fortuna de presenciar el año nuevo en Sydney, mi primera reacción, como buen chilango, fue de total escepticismo y desinterés. Ya lo he visto todo -pensaba-. Seguro van a estar chafas en comparación...

Pero tampoco es que haya demasiado que hacer si uno no está de humor para escuchar música pésima, así que terminé yendo, eso sí, con una hielera de Grolsch, que diría se está convirtiendo en una de mis cervezas favoritas.

Sin más choro, me llevé una grata sorpresa, pues aunque la idea suena muy trivial, uno se da cuenta de cómo deberían ser las cosas: transporte gratuito que salía a 2 cuadras de mi casa, cero desmadre, mucho taco de ojo, y un ambiente que uno puede hacer tan familiar o tan denso como prefiera. La gente puede estar tomando en la calle pero en ningún momento se siente peligro u hostilidad ni nada de eso. Y cuando uno voltea alrededor, se da cuenta de que sí hay posibilidad de pasar un buen rato, hacer un picnic, estar en contacto con la naturaleza, rodeado de familia y/o amigos, todo completamente gratis.

La hora llegó, y los fuegos artificiales no defraudaron para nada. Si no hubiera estado en Sydney, estos me hubieran dejado boquiabierto, porque el espectáculo estuvo muy bien y duró por lo menos 20 minutos ininterrumpidos. Al final de cuentas, es la capital de un país con mucha lana, y de alguna manera te lo recuerdan...



Terminó todo con gritos, silbidos y aplausos en total aprobación. Los presentes estábamos más que satisfechos por lo que acabábamos de presenciar. Y acá la gran mayoría de la gente se va de inmediato, por lo que nos quedamos unos 20 minutos más para huir del desmadre de la salida. Pero ¡ohhh sorpresa!, no hubo tal: caminamos unos 100 metros, cruzamos la avenida, y abordamos un camión semivacío que en cosa de 10 minutos nos había traído de vuelta al city bus interchange. Igualito que ir a un concierto al foro sol...

Vimos el reloj, que apenas indicaba las 10.30 de la noche del sábado: la noche apenas comenzaba...

martes, 17 de marzo de 2009

Deux années sans lumière

Así es Rubito, tienes toda la razón. No había pensado en eso. Se cumplieron dos años de una pérdida irreparable. Ya no tiene caso llorar: todas las lágrimas se han secado. En su lugar, y mucho más apropiadamente, tuve que ir a servirme un vaso de whisky en las rocas, y brindar en silencio a la distancia. Vivir felices es la mejor forma de rendir homenaje a un amigo que sólo eso querría para nosotros. Y claro, la amistad es de esas cosas que siempre estarán ahí, por más tiempo que pase, por grande que sea la distancia que nos separe. Bueno, aunque Silvia no se digne a visitar a los olvidados chilangos...
Besos y abrazos, nacionales y de exilio.

Ardilla


Hace un ratito me cayó el veinte: me muero de ganas de ir a conciertos, creo que es lo que extraño más de México.
Lo acepto, me hubiera encantado ir al maldito concierto de Radiohead, al de Keane, BRMC, REM, y tantos otros que seguramente hubo en los últimos ocho meses y de los que prefiero no enterarme.
No sé si sea bueno eso de estar de ocioso en youtube porque estuve viendo unos videos de la última vez que estuvo Travis en el Palacio de los Rebotes, un concierto muy intenso, y me dieron ganas de llorar cuando escuché The Humpty Dumpty love song...

Al margen de lo anterior, pido una disculpa por ser tan repetitivo con este tema de los conciertos; la verdad he estado muy falto de inspiración últimamente (aunque esto es más que evidente). Un sentimiento de impotencia se ha apoderado de mí en últimas fechas: Míster Atascado tiene ya 530 discos en su colección, y aún así siento que me falta muchísimo por escuchar, muchísimo que aprender, admirar y atesorar.

Pero no todo está perdido: todavía puedo recomendar un par de cosas que me han mantenido a flote en estas últimas semanas: Animal Collective y Death in Vegas (escuchar una canción llamada Dirge, el soundtrack perfecto para un momento de inspiración o pérdida, cada quién decida).


Mientras tanto, ya pensaré en algo más para quejarme. Es mucho más divertido.

miércoles, 4 de marzo de 2009

Win some, lose some. And then hate some more.

Wow.
Durante una de esas noches de ocio que todos conocemos tan bien, que comenzó con un frustrado intento por cenar pizzas y se tradujo en un ratito de exploración youtubezco, me enteré que hace unos cuantos meses salió a la venta una edición de lujo de uno de mis discos favoritos: Murmur, de R.E.M. Y por si lo pensaban, no, no pienso aburrirlos diciendo lo bueno que es pero suficiente alegría me dio como para atascarme de inmediato y bajarlo. Incluye, además del disco remasterizado (y al parecer casi re-producido), un concierto que dieron en Canadá por ahí de 1983. Una de esas joyas para los atascados como yo. El caso es que yo estaba feliz con mi nuevo disco doble, cuando en la página oficial del grupo leí que el concierto que dieron en noviembre 15 en el Auditorio Nacional fue el último de la gira mundial, con todas sus implicaciones. Ahhhhh qué chingada suerte. No pude evitar pensar qué tan diferente sería todo si hubiera pospuesto la maestría un semestre más.
La verdad me sorprendió un poco que el concierto se realizara en el Auditorio Nacional pues según yo REM es de esos grupos que aunque ya no están tan de moda como hace 15 años, fácilmente garantizarían un lleno en un lugar más grande (llámese Palacio de los Rebotes).
Como sea, en la página había un video de más de media hora que mostraba todo el encore de ese concierto, así que no siento que haya perdido demasiado (bueno aparte de ir a un concierto que seguramente hubiera estado en mi top 5). La cuestión es que en algún momento mostraron las gradas y estas no estaban llenas. Y había un chingo de oficinistas brincoteando cuando le llegó el turno a Man on the Moon con la corbata aún puesta y las mangas de la camisa enrolladas, algo ABSOLUTAMENTE inaceptable a pesar de haber sido en martes.
Súbitamente, recordé la vez anterior que vinieron, donde como suele pasar en México, las personas sólo se prendían con las tres canciones que se saben (en este caso, MotM, Losing my Religion y Everybody Hurts), y tampoco fue un lleno absoluto como merecen estos genios de Athens. Ahhh qué horror, cómo me hubiera gustado estar ahí.
Y bueno en consecuencia pensé en el megaconcierto que se viene, de Radiohead. A mí la verdad sí me gusta pero la verdad les perdí la pista después del OK Computer, y ese disco salió en 1997(!), así que hubiera preferido ir a ver a REM otra vez, sin pensarlo demasiado. Lo sé, alguna vez estuvo en mi lista de imperdibles, pero al ver la pinche euforia artificial que están provocando, no podría ser más indiferente. Y ni voy a estar, así que ni siquiera es por ardido de no haber conseguido boleto. Como sea, espero que quienes sí vayan se la pasen a toda madre (y que me digan por favor 3 canciones del In Rainbows...).

domingo, 1 de marzo de 2009

Historia de cuatro ciudades

Primera parte - The further, ¿the better?

Apenas pasaba de las cinco de la mañana, comprobé que Aventura tenía razón pues casi no dormí nada, y para no variar, el aeropuerto ya estaba hasta la madre de gente. Una gran proporción de la gente era, no sorpresivamente, pochos volviendo de regreso a EEUU. Y como buenos mexicanos, todos voltándonos a ver, intentando adivinar hacia dónde se dirige cada quién. Al parecer a todos les encanta la idea de sentirse importantes por estar haciendo cola en la terminal internacional, como si entre más largo sea el viaje, más derecho tenga uno de barrer a los demás... no pude evitar notar las caras de quienes estaban a mi lado al ver la etiqueta en mi backpack que leía "Qantas premium hand luggage": -qué pendejos, se les olvidó poner una u después de la q...-




Segunda parte - Go west

Diez horas suenan a demasiado para muchas personas, pero no para ti. Tú ya estás, si no acostumbrado, al menos resignado a que así sea. Y pinches gringos hijos de la gran chingada, no pueden soportar NO sentirse amenazados, aunque uno ni quiera quedarse ahí ni un minuto más de lo necesario. A fuerza la quieren hacer de jamón. Pero no pasó nada, te vi pasando, manejando la situación con maestría, literalmente.

Mucho qué hacer, mucho qué caminar, nada con qué tomar una maldita foto. Buena la hiciste, aunque ese chilli dog hizo que se te olvidara todo, ¿verdad?


Como sea, afortunadamente los pobladores de la ciudad no hicieron honor a la famita de la misma. Y un gran clima por cierto, justo como te gusta, soleado y templado.

Tercera parte - Ain't no easy way

Pobre Rodriguito, la inevitable chinga de un vuelo transatlántico de catorce horas y media. Lo bueno es ese modo de viaje que adopta con tanta facilidad, sólo con la ayuda de uno de esos antifaces que dan en los aviones y con ayuda del cual durmió por lo menos nueve de esas horas.

Al llegar a Sydney, sin embargo, y ya en estado de completa vigilia, las pesadillas apenas comenzaban en su mundo. Toda esa planeación que le daba poco más de una hora para pasar por migración y cuarentena antes de abordar el camión que lo llevaría a su destino final se fue básicamente a la chingada por tantas cosas completamente fuera de su control, y contra las que ciertamente su carisma poco podría hacer para hacerlo salir airoso.

Para empezar, tuvo un inexplicable e inédito problema con su visa, que al parecer tenía un número diferente al del pasaporte. Aparte de criminales, ineptos. Y lentos pues tuvieron que pasar no menos de veinte minutos para que la situación quedara resuelta. Ya para entonces, con un ojo en el carrusel del equipaje y otro en el reloj, fue como si prendieran la calefacción en aquella sala. Una interminable cola de personas esperando ser inspeccionadas hacían sospechar que los escasos diez minutos para la salida programada del camión a Canberra eran demasiado poco. No hubo de otra: como buen chilango, se las arregló para meterse a la cola. Y con ello, acelerar un poco su caída a un círculo inferior del inframundo del hemisferio sur.

Justamente ese día los inspectores de la cuarentena se encontraban de un humor muy juguetón; para desgracia de nuestro agotado viajero, el juego del día se llamaba vaciemos-las-maletas-de-los-que-vengan-de-México-cargando-meses-de-provisiones-y-dulces-en-polvo-blancos-sospechosamente-similares-a-la-cocaína. Él no tenía demasiadas ganas de jugar pero en esas circunstancias uno tampoco va a quedar como un cobarde sacatón, así que ni hablar. No sólo aceptó gustoso, sino que también sugirió otro aún más divertido: les-apuesto-a-que-vuelvo-a-guardar-todo-lo-que-me-acaban-de-sacar-de-las-maletas-en-un-par-de-minutos-porque-me-deja-mi-camión.

Después del lúdico intercambio, Rodrigo corrió como loco, arrastrando y no rodando aquella asquerosa maleta de treinta y tantos kilos cuyas ruedas habían por supuesto valido madres.
Ahhh pero el camión seguía ahí, y qué bueno porque si no se hubiera tenido que esperar tres frustrantes horas en el aeropuerto a que partiera la siguiente corrida. Para entonces venía hecho sopa, con un nivel de estrés equivalente al que hubiera experimentado si efectivamente el contenido de aquel botecito tuviera un valor en el mercado de unas cuantas decenas de miles de dólares. Ni siquiera reparó en el hecho de que, por ser el último pasajero en abordar, le tocara sacarse la rifa del tigre: ir al lado de un gordote, uno de aquellos que se las ingenian para desparramarse hacia el otro asiento sin importar que haya un posa brazos de por medio. Aunque a esas alturas, eso poco importaba pues lo único en su mente era una gran sonrisa, que se extendía de lóbulo a lóbulo.




Cuarta parte - Roll with it


Todo transcurrió sin mayores incidentes en el camino a Canberra. Si acaso podríamos mencionar que durante un arranque de pasión, cuando yo y mis galletas nos disponíamos a consumar una relación carnal (¿o sería harinal?), nuestro voluminoso compañero nos echó unas miradas anunciando sus ganas de comernos en el acto. Nos separamos casi en seguida. No queríamos seguir incitando celos ni envidias a nuestro alrededor. Si lo sabe dios, que no se enteren los gordos -pensamos-. A continuación, Z y yo intercambiamos algunas bonitas palabras, hasta que ella accedió a cantarme al oído mientras yo caía, agotado, en un profundo sueño.


Un par de horas después finalmente llegamos a la gran capital, aunque para entonces mi relación con mi maleta azul se había deteroriado drásticamente, llegando al punto de querernos ahorcar mutuamente. Como se rehusaba a moverse del todo, de las greñas nos fuimos, muy lentamente recorriendo la cuadra y media que nos separaba de nuestro destino final. Unos veinte minutos después abrimos la puerta, completamente exhaustos pero satisfechos.

Como muchos podrán imaginar, ese día nadie quiso cocinar. Simon y yo fuimos a comprar algo para comer.

Aguanté despierto hasta la noche; cuatro ciudades en treinta y ocho horas pueden resultar demasiado para mi cuerpo. Pero no para mi inquebrantable espíritu...