domingo, 15 de febrero de 2009

Uno-cuatro-cero-dos-cero-nueve

Así es. Hoy es 14 de febrero, y tenía que escribir algo al respecto. Y aunque quizás la escritura romántica se me da mejor de lo que me gustaría admitir, la verdad es que me chiveo un poco ante las multitudes, por lo que tendré que entrarle al tema por la tangente.
Lo primero que me llega a la mente es curiosamente lo que estaba haciendo justo hace un año, en un hostal en Palenque en la mejor de las companías: un par de amigos perennes, clima paradisíaco y un lugar olvidado por el turismo nacional que te hace sentir muy lejos de casa, lo cual en este caso era algo muy positivo.
Recuerdo que esa vez se nos fue la onda hasta que alguien recordó la fecha; a mí personalmente nunca me ha entusiasmado particularmente este día pues lo asocio a la peor versión de la Ciudad de México: tráfico, histeria colectiva y básicamente gente por montones en todos lados sacando a relucir su lado cursi y borrego. Pero en esa ocasión fue algo grato en un lugar tan especial, pues aunque llevábamos 10 días de viajar juntos no habíamos peleado, seguíamos siendo tan amigos como cuando inició la aventura, y el recordatorio sirvió para darnos cuenta de lo bien que la estábamos pasando. Probablemente uno de los mejores viajes que he hecho, y estoy convencido de que quienes estuvieron ahí no pueden sino coincidir conmigo.

Aquí y ahora, durante un efímero período en el D.F., no sé si tengo demasiado qué decir al respecto. Me da no-sé-qué el pensar en lo predecibles que resultan todos esos actos de supuesto amor y devoción, lo forzado del motivo. Supongo que yo soy de esos gruñones que prefieren encuartelarse durante ese día y guardar las muestras afectivas para los otros 364 días del año. No hay un solo calendario capaz de decirme que el 14 de febrero tengo que volver a enamorarme.

Todo esto dicho, quise dejar un poco de miel para el final. Espero que les guste, pues es mi modesta contribución al ánimo colectivo...





"El enamoramiento es una embriaguez -dice Sócates en Fedro-. Pero no es una mala embriaguez, sino la mejor que existe; y no una enfermedad dañina ni una auténtica locura humana en el sentido patológico, sino una manía inspirada por los dioses, que añora los dioses, una demencia divina que permite al alma prisionera de lo terrenal remontar el vuelo..."

¡Segurísimo!: eso traen en la cabeza los gueyes que compran las rosas en el semáforo...

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